A pesar de ser conceptos diferentes,
los términos honor y honra suelen emplearse indistintamente o confundirse; un deslinde
de ambos términos, realizado en su momento por Ramón Menéndez Pidal (1940:
155-6), aclara que honor es loor, reverencia o consideración que el hombre gana por
su virtud o buenos hechos. La honra, por su parte, aunque se gana con actos propios, depende de
actos ajenos, de la estimación y fama que otorgan los demás. Así es que se
pierde igualmente por actos ajenos, cuando cualquiera retira su consideración y
respeto a otro; una bofetada, un mentís, deshonran si no se vengan. Así,
mientras que la honra se equipara a la vida, la deshonra se iguala con la
muerte (y sólo la muerte del ofensor puede paliarla.)
Durante el siglo XVII se consolidó en
Castilla un esquema social fuertemente estamental, en el que cada estamento se
regía por estrictas normas de comportamiento, por todos aceptadas. Si bien el
sentido de pertenencia y la necesidad de aceptación por parte del grupo se
desarrollaron con mayor fuerza entre las clases superiores, su sistema de
valores irradió hacia todos los niveles de la jerarquía social; así, aquellos
miembros de la sociedad que reunieran las condiciones de pureza de sangre y
riqueza, además de nobleza, eran considerados hombres honrados.
El comportamiento del noble debía regirse por una serie de deberes de cumplimiento riguroso, entre los cuales figuraba el de velar por el reconocimiento de su condición por parte del resto de la comunidad. El honor y la honra pública funcionaban así como elementos integradores del sistema social; partiendo desde el núcleo familiar se extendían hacia los diversos ámbitos en que se articulaba la sociedad. En ella, todo hombre digno se sentía depositario y guardián del honor social, un valor superior que animaba la existencia entera de la colectividad.
En este particular marco, el teatro barroco otorgó al honor conyugal un carácter fundamental; multitud de piezas de la época analizan con extrema sutileza complicados casos de honra, en los que quedan implicados maridos, padres, hermanos, esposas e hijas de diversa fortuna y condición.
El código de comportamiento era
particularmente riguroso en los casos en que el honor conyugal se encontraba
amenazado: el esposo de la comedia estaba obligado –más allá de sus sentimientos
personales-, a vengar de manera rápida, deliberada y secreta la afrenta
sufrida, se hubiera ésta consumado o no. La solución más frecuente era la de la
muerte de la esposa infiel y del hombre ofensor.
Lope de Vega fue el primer dramaturgo
que puso en escena a un villano tomando venganza por una afrenta inferida a su
honor. El autor insiste así en el carácter colectivo del tema del honor, más
allá de su pertenencia estamental.
Observamos
así que la sociedad española, a lo largo de los siglos, gravitó entre la
concepción intrínseca y personal del sentimiento del honor -tomado como un
sentimiento interno e individual que impulsaba al hombre a guiarse por
principios morales por todos reconocidos-, y la honra exterior, dependiente de
una especie de tribunal de la reputación, el de la aprobación de los demás.
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